viernes, 29 de febrero de 2008

Jueves 4.37 am: Parafraseando al héroe del silencio

La noche embriagando los sentidos, manoseando las esperanzas, maldiciendo la noche. O sea a sí misma, al mismo que maldice. Retozando la embriaguez del crepúsculo de la rueda de la fortuna. Soñando con las canciones que nunca creé, pero que viví en una tocata oscura… sangrienta… pero llena de sueños que eligieron ser oscuros por temor a ser una luz tan luminosa, que podría llegar a encender las quimeras más imposibles del inconsciente. Maldiciendo el amanecer que aparece insurrecto por la ventana del fin del verano.

Y no se puede dormir ante tanta hermosura solitaria.

Amanece tan pronto… y yo tan fuertemente débil, soñando con que puedo manejar todo esto… nada me puede tocar. Todo me toca y nada me apresa a sus razones, a su conciencia consiente.

Y tú estás pero no estás. Estás en la memoria del futuro, en el inicio del fin. Porque la perfección de tú encuentro es la amenaza de configurar la historia que rompe la melancolía. Es el aviso de la vida que desterré hace cinco dolores atrás. Es la condena de vida a mi muerte anticipada. Porque amenazas con luz esta oscuridad instalada. Porque le dices que si a este no rotundo.

Y tus estrellas iluminan, sirven de guía. Contagian cual analgésico la enfermedad que cuido tozudamente. Y me puedes tocar.

Y no me arrepiento de haberte regalado mi oscuridad. No me arrepiento de tus miedos, de tus lágrimas desilusionadas. Eso es lo que fui… lo que ya no soy ante tus ojos de plaza pública… de silencio… de desierto.

Tus ojos…los dos puntos donde confluyen las mas oscuras luminosidades del credo que hoy esbozo. El credo que convierto en rock. Que canto con mi voz pastosa, castigada por mis cigarrillos que tanto odias y que tanto disfruto. Con estas borracheras amargas de extrañar tu cuerpo, de excomulgar tu ausencia… porque tu ausencia es el único pecado que reconozco. Porque tu ausencia, ésta y todas las noches, es el infierno de ésta mi pagana existencia. Este infierno en el que me revuelco hasta tu próxima proximidad… en la espera de lo que tal vez me darás. En lo que he esperado siempre, que no esperaba que llegara, y que ya no puedo esperar mas, sino solo intentar vivir.

Todo tiempo futuro será mucho mejor. ¿Podrías creer en mi?.

domingo, 24 de febrero de 2008

La Herida


La que se hace notar en el momento menos esperado. Cuando ya no la espero. Cuando ya casi la olvido. Esa que se reabre y desaloja las esperanzas que pretenden avecinarse por mi ventana. La que me recuerda, me castiga, me culpa y no me deja mirar hacia el norte del día.


Por la cual pierdo todo, por la cual no conservo nada.

Porque ni siquiera la tengo a ella, sino que es ella la que me tiene y me deja cuando quiere. Porque no la quiero y la conservo con una pasión inefable.

Porque sigue siendo la gran historia, el hilo conductor dentro de mis pequeñas escenas, determinando el curso de los acontecimientos, atándome las manos, escondiéndome el sol.

Porque a pesar de que esta tarde gris de domingo sureño la maldigo y la expulso, la dejo sangrar y yo sangro con ella. La zurzo por enésima vez con los hilos de las razones que me ha dado tu encuentro.

Maldigo esta llaga que te hace horrizarte ante mi piel, que me aleja del sueño que trajiste a este espacio de la materia que solo esperaba nada. Maldigo el surco que soy yo mismo, maldigo mi esencia herida, mis sueños heridos, mi estúpida agonía adelantada por no esperar tu encuentro.

viernes, 22 de febrero de 2008

Recordar un dolor


Me recuerdo caminando,

huyendo desesperado de la altura,

crucificando amaneceres de las ideas,

construyendo el movimiento de mis redes,

estableciendo leyes discontinuas para lograr verme.

Y me recuerdo agonizando por los amaneceres,

edificando risas falsas por estirar la cara,

manoseando las cenizas de mis sueños infernales,

descifrando el continuo curso de la vida atormentada.

Me recuerdo tan infinitamente humano,

que hoy me siento muerto ante tu beso.

jueves, 21 de febrero de 2008

Al parecer me amaste


Madrugada otra vez. Los sueños gobiernan las ideas que presurosas se pasean por mi mente a estas horas. Y es que hace tanto tiempo que tu recuerdo se burla de mis cigarrillos, mis caminatas y borracheras. Hace tanto que no duermo planificando el encuentro. A veces te asesino y a veces te tomo, como en aquellas tardes, a escondidas, apresurados, jadeantes, enteros. Temerosos, sin duda, de que en cualquier momento alguien irrumpiera y descubriera el secreto que por los atardeceres gritaban a toda voz los pájaros que se abalanzaban sobre el cielo gris que cubre el firmamento de Temuco. Temerosos el uno del otro, de las mentiras que ambos escondíamos, por las cuales nos odiábamos tanto que no podíamos separarnos, esas mismas mentiras que hacían del sexo un placer tortuoso: yo esperaba verte explotar en cualquier momento, tú querías siempre más. Yo siempre te daba más destruyendo tu sueño de verme vencido.

Y así pasaban los días, esforzándonos por decepcionar al otro, retozando nuestros cuerpos húmedos cada vez que el espacio lo permitía. Yo volvía más tarde a casa y me sentaba a mirar la lluvia en la ventana de mi pieza, mientras me invadían visiones de cómo te sacabas la ropa ante los ojos deslumbrados de él, sus manos sobre la piel que yo había mascado hace unas horas. Y fumaba. A veces bebía. En realidad, siempre bebía. Y salía a las calles, como intentado que la lluvia camuflase mis lágrimas negras, declamando maldiciones a la luna tan perfecta y golfa como tú. Y el revólver en mi cabeza tras cada borrachera prometiendo la salida, seguido del espantoso horror de que la bala me matase a medias y que toda la perfomance suicida revelara el secreto que solo ambos conocíamos.

Ya amanecía y la luz que tímidamente entraba por la ventana me recordaba que debía funcionar, esconder de mi rostro cualquier expresión de dolor y sonreírle a todos, incluso a él. Y tú me saludabas, como adivinando cada uno de los hechos que habían acaecido durante la noche. Yo te odiaba tanto que al sonreírte sentía un exquisito placer, al adivinar que la sonrisa de mi cara te provocaba un dolor inmenso y una culpa indescriptible. Luego quedábamos solos por unos minutos y nos mirábamos sin decir nada. Nuestras almas luchaban en el espacio, solo yo podía ver tú alma a través de esos ojos. Tú te sentías desnuda, yo disfrutaba tu dolor tanto como tu cuerpo que reconquistaba cada tarde y en donde volvía a amarte y a perdonarte, a perdonarme, a perdonarnos.

El día de tu funeral, todo el mundo se preguntaba por qué te habías clavado esa bala en el corazón. Solo yo sabía porque y no pude contárselo a nadie. Me extrañó, sin embargo, que no te la clavases en los sesos. Todas las triquiñuelas que inventamos deberían haber situado la culpa en tu cabeza, no en tu corazón. De todas formas, creo que me dejaste un último mensaje: al parecer me amaste.

lunes, 18 de febrero de 2008

Este es el fin (Extraído de “La Inmortalidad”, libro de cuentos jamás terminado ni publicado)


Abultaba maldiciones entre los ojos. Maldecía entre silencios sus pasos. Con todo y más, se fue en busca de la respuesta a tanta mierda, a tanto cadencioso atardecer sin metáfora alguna. Él no entendía las razones de aquella última razón que lo levantaba, sin embargo, apostó por seguir su intuición, la misma intuición que lo había llevado al desgraciado punto en el que hoy se encontraba. Pero hoy era diferente, incluso el cielo se vestía de azul y gris al mismo tiempo. Él lo miraba un poco sorprendido, un poco irónicamente esperanzado en que aquel extraño firmamento fuese una señal de lo que estaba esperando por años.

- Una de diez – le dijo secamente al hombre del quiosco, mientras sus manos temblorosas cogían el encendedor que llevaba en el bolsillo derecho de la chaqueta. Abrió presurosamente el paquete de cigarrillos, aspiró el humo como quien respira por vez primera. Le lanzó una mirada al hombre del quiosco y partió.

Por la calle se cruzó con muchas gentes. Pensaba en lo paradójico de la ciudad. Por una parte – comentaba consigo – hemos llegado a vivir en grandes urbes por la necesidad de protegernos de los agresores, por otra, cada uno de los que hoy me cruzo son una pequeña urbe paseándose entre las otras, con grandes construcciones que intentan simbolizar la solidez interna de la provincia de sí mismos. Todos protegiéndonos de todos, todos solos caminando sin sentido, intentando construir lo más alto para ser vistos, no para ser altos. Sólo construcciones – pensó - aún más desesperanzado.

Cruzó la calle como intentando encontrar algo diferente al otro lado de la avenida. En una plazoleta vio a una pareja de estudiantes, escondidos entre las sombras inextrincables que dan los árboles cuando se mimetizan con los arbustos. Él la manoseaba por debajo de la falda, por debajo de la blusa. Ella lanzaba tímidos y falsos gemidos que alentaban al púber. La carne nos hace soportar, nos esconde por momentos de la nada – pensó entre una histérica carcajada – nos lleva a resucitar los sueños de gloria que dejamos en la adolescencia, en pleno descubrimiento de la carne. Comenzaba a entender lo que le preparaba aquella tarde de octubre.

De pronto decidió volver al departamento. Apagó todas las luces, prendió la música, tomó una botella de vodka que estaba a medias, encendió un cigarrillo. Salió al balcón. Desde allí observó por largos minutos la ciudad que comenzaba a prender sus luces. Ya anochecía y en ese anochecer se dormían las esperanzas de encontrar la respuesta, la que lo había levantado de la cama esa tarde después de tres semanas de amarga agonía a cortinas cerradas. Este es el fin – dijo acompañando la canción que salía desde los parlantes – y se dejó caer desde el noveno piso.

Mientras caía dibujó en su cara una sonrisa y se oyó un grito burlesco llamando a su madre. Al reventarse en el asfalto, se abrieron las jaulas que apresaban las palomas de su cabeza. Yo impresionado fui a ver de donde salían las palomas, pero ya se habían ido todas. Así que tomé los cigarrillos de su pantalón y la botella que había sobrevivido al golpe contra el piso y me fui a caminar como siempre, buscando mi respuesta.

viernes, 1 de febrero de 2008

Tu desnudez


Recorrer los surcos,

las grietas,

los relieves,

los llanos.

Saborear el oasis de tu lengua.


Seguir la dirección de la respiración agitada.

Mascar el vapor que se eleva desde la piel.


Conocer la carretera de tu espalda,

y ser un conductor suicida hacia tu cuello.


Liberar las manos,

los dedos como pinceles.

Masticar la sal,

inhalar tu aliento.


Los ojos las ventanas,

las piernas la escalera.

El beso la locura,

los músculos hinchados.


La muerte mas hermosa,

perderme entre tu piel.