lunes, 18 de febrero de 2008

Este es el fin (Extraído de “La Inmortalidad”, libro de cuentos jamás terminado ni publicado)


Abultaba maldiciones entre los ojos. Maldecía entre silencios sus pasos. Con todo y más, se fue en busca de la respuesta a tanta mierda, a tanto cadencioso atardecer sin metáfora alguna. Él no entendía las razones de aquella última razón que lo levantaba, sin embargo, apostó por seguir su intuición, la misma intuición que lo había llevado al desgraciado punto en el que hoy se encontraba. Pero hoy era diferente, incluso el cielo se vestía de azul y gris al mismo tiempo. Él lo miraba un poco sorprendido, un poco irónicamente esperanzado en que aquel extraño firmamento fuese una señal de lo que estaba esperando por años.

- Una de diez – le dijo secamente al hombre del quiosco, mientras sus manos temblorosas cogían el encendedor que llevaba en el bolsillo derecho de la chaqueta. Abrió presurosamente el paquete de cigarrillos, aspiró el humo como quien respira por vez primera. Le lanzó una mirada al hombre del quiosco y partió.

Por la calle se cruzó con muchas gentes. Pensaba en lo paradójico de la ciudad. Por una parte – comentaba consigo – hemos llegado a vivir en grandes urbes por la necesidad de protegernos de los agresores, por otra, cada uno de los que hoy me cruzo son una pequeña urbe paseándose entre las otras, con grandes construcciones que intentan simbolizar la solidez interna de la provincia de sí mismos. Todos protegiéndonos de todos, todos solos caminando sin sentido, intentando construir lo más alto para ser vistos, no para ser altos. Sólo construcciones – pensó - aún más desesperanzado.

Cruzó la calle como intentando encontrar algo diferente al otro lado de la avenida. En una plazoleta vio a una pareja de estudiantes, escondidos entre las sombras inextrincables que dan los árboles cuando se mimetizan con los arbustos. Él la manoseaba por debajo de la falda, por debajo de la blusa. Ella lanzaba tímidos y falsos gemidos que alentaban al púber. La carne nos hace soportar, nos esconde por momentos de la nada – pensó entre una histérica carcajada – nos lleva a resucitar los sueños de gloria que dejamos en la adolescencia, en pleno descubrimiento de la carne. Comenzaba a entender lo que le preparaba aquella tarde de octubre.

De pronto decidió volver al departamento. Apagó todas las luces, prendió la música, tomó una botella de vodka que estaba a medias, encendió un cigarrillo. Salió al balcón. Desde allí observó por largos minutos la ciudad que comenzaba a prender sus luces. Ya anochecía y en ese anochecer se dormían las esperanzas de encontrar la respuesta, la que lo había levantado de la cama esa tarde después de tres semanas de amarga agonía a cortinas cerradas. Este es el fin – dijo acompañando la canción que salía desde los parlantes – y se dejó caer desde el noveno piso.

Mientras caía dibujó en su cara una sonrisa y se oyó un grito burlesco llamando a su madre. Al reventarse en el asfalto, se abrieron las jaulas que apresaban las palomas de su cabeza. Yo impresionado fui a ver de donde salían las palomas, pero ya se habían ido todas. Así que tomé los cigarrillos de su pantalón y la botella que había sobrevivido al golpe contra el piso y me fui a caminar como siempre, buscando mi respuesta.

4 comentarios:

Omar Cid Maureira dijo...

funesto, orbital, inercial, preparatorio, no me dice de donde viene, y tampoco porque muere.
Solo se ahoga, se ahoga bajo este cielo, en estas ciudades, puede ser más..... pero quizá porque eres poeta?.

Omar Cid Maureira dijo...

quise decir "... porque no muere".

Omar Cid Maureira dijo...

Eso es por que tu fantalmal figura, no postea mis alambrados vomitos, eh, ah.....
ole.

Omar Cid Maureira dijo...

Por eso, por m.u.d.o. para postearme mis intentois literarios, es un mal cuento. eso.